21 abril 2017

PLAGIO


Hacía tiempo que teñirse las canas había dejado de ser una de esas anotaciones obligadas en su agenda mensual. Le gustaba su melena blanca y dedicaba el dinero ahorrado en tintes a comprar libros. El último de ellos: una edición de bolsillo de “El Aleph” de Borges.

Con todo el día libre por delante, decidió acercarse al parque del Retiro a disfrutar de su nueva lectura. Eligió una mesa en una terraza junto al estanque, pidió una cerveza y abrió su libro por el primero de los cuentos.

No había llegado siquiera a la página 15 cuando notó a su lado la presencia de un hombre trajeado y con maletín. Se presentó como abogado y, de manera muy educada, le comunicó que tenía órdenes de denunciarla. “Le acuso de plagio”, le dijo. “¿Plagio?”, preguntó ella entre extrañada y temerosa de lo que pudiera hacerle aquel loco…

Efectivamente, según le explicó el abogado, aquella mujer, con su melena blanca y el libro de Borges entre las manos, estaba plagiando a su clienta María Kodama. Y ésta era muy mirada para esas cosas.


“Sólo le queda una opción para no ser denunciada”, añadió el abogado. “Cambie el libro de Borges por una lata de tomate de la marca Campbell’s. De esta manera, en vez de a María Kodama estará usted plagiando a Andy Warhol, pero ese no es cliente mío”…

1 comentario:

Dyhego dijo...

Y Kafka, ¿qué dijo?