25 noviembre 2016

#BEERNES 13 - SI HAY QUE PISAR CRISTALES, QUE SEAN DE BOHEMIA


No recuerdo la última vez que recogí una carta de mi buzón. No hablo de las del banco, las de la Agencia Tributaria ni las de propaganda. Me refiero a una carta con mi nombre y mi dirección escritos a mano y con el nombre de un conocido en la parte posterior firmando como remitente.

¿Y una postal? ¿Cuándo ha sido la última vez que has recibido una postal?... Yo, ayer. Abrí el buzón con la misma intención de todos los días de vaciarlo de folletos de telepizzas, reparadores de todo a domicilio y de urgencia, ofertas de supermercado y anónimas amenazas de muerte escritas con faltas de ortografía (sí, el vecino del primero está jubilado y se aburre mucho…) y me encontré con una postal.

La foto abarcaba una vista frontal de la plaza Wenceslao de Praga. En el reverso, en la parte derecha, mi nombre, mis apellidos y mi dirección postal bajo un sello estándar de 1,15€. Y en la parte izquierda, el siguiente texto:

Esto no es lo mismo sin ti. Nada es lo mismo sin ti. Aquí empezó nuestra relación. Nunca debimos marcharnos de Praga. Yo he vuelto. Ojalá tú volvieras también. Te estaré esperando. Marta.

Tuve que leer el texto varias veces para intentar descifrar su significado. La postal, no había duda, venía dirigida a mí, pero el mensaje me resultaba tan incomprensible… Lo más cerca que yo he estado de Praga es la canción “Cristales de bohemia” de Sabina… Y aunque tengo una amiga que se llama Marta, jamás ha habido nada entre nosotros más allá de la amistad…

No han pasado ni veinticuatro horas desde que leí la postal. El piloto anuncia que en breve aterrizaremos en el aeropuerto Václav Havel de Praga. Sé que la tal Marta no estará esperándome, pero lo mismo esta tarde está sentada en algún banco de la plaza Wenceslao, me ve, me reconoce y me saca de dudas…


21 noviembre 2016

Yo lo he visto... (152)


“Mezclando churras con merinas” o, lo que es lo mismo, “Ya no saben qué inventar para no venir a trabajar”…

18 noviembre 2016

#BEERNES 12 - LA VIDA EN... NEGRO


No teníamos bastante con la última derrama para pintar el patio cuando esta misma mañana aparece un cadáver en el ascensor. Afortunadamente para la derrama, no se trata de ningún vecino, por lo que todos podrán seguir pagando su parte. Es una mujer de unos cuarenta años, vestida con traje masculino, corbata incluida, y el pelo recogido en una larga coleta.

Mientras llegan los del 112 para certificar su muerte, algo que, por otro lado, es más que evidente, algunos vecinos nos arremolinamos en el portal para comentar lo sucedido. El portero jura que él no ha visto nada, que estaría limpiando los cristales cuando la señorita entró al edificio. Nosotros nos preguntamos que para qué queremos un portero en la entrada si se le cuelan hasta los cadáveres.

El forense ya ha firmado el fallecimiento de la mujer y la policía ha estado buscando entre sus pertenencias algún documento con el cual identificarla. Pese a nuestro acercamiento y nuestra insistencia en conocer los detalles, no han largado nada. Las elucubraciones, lógicamente, se disparan. Hay quien apuesta por que se trate de una vendedora de seguros, de una testigo de Jehová o, incluso, de una prostituta de lujo.

Sólo el marido de la difunta sabe a estas horas que el brebaje que ha mezclado en el café que le ha preparado esta mañana a su mujer ya ha tenido que hacer efecto. Lástima que se haya equivocado en tan sólo unos minutos y no le haya producido la parada cardíaca, como él deseaba, estando en la cama con su amante.

Yo me enteraré mañana, una vez realizada la autopsia, cuando unos policías de paisano se lleven esposado a mi vecino el psiquiatra, quien asegurará no tener nada que ver con el envenenamiento de su paciente. Verás cuando les cuente a los demás vecinos que hay uno que ya no podrá pagar la derrama…

14 noviembre 2016

11 noviembre 2016

#BEERNES 11 - EL CASO


Yo no tengo un tío en América, como los de entonces, ni un mecenas… Ni siquiera tengo un humilde sponsor. Siempre visto camisetas blancas, pero no porque me gusten especialmente, sino como una desesperada llamada a posibles patrocinadores, algo así como “Aquí tienen mi, si no admirable, al menos aceptable cuerpo para que pasee su marca por las calles de la ciudad, que yo soy muy de estar en la calle y moverme por ambientes afines a su target” (que no sé lo que significa pero lo he visto escrito en varios catálogos publicitarios y suena fenomenal).

El caso es que yo escribo por amor al arte. Por amoral y por el arte. Por no helarme. Por enamorarte.

El Caso, esta vez con mayúsculas, era un periódico de sucesos de cuando la gente iba al kiosco a comprar los periódicos. Más que noticias, los periodistas de la redacción escribían avances de necrológicas. Y los epitafios bien podrían pasar hoy por microrrelatos.

A nadie le gustaba decir que trabajaba como periodista en El Caso en una época en la que las chicas se iban con cualquier tipo, no importaba la edad, que tuviera barba y un ejemplar de El País bajo el brazo… A nadie le gustaba reconocer que investigaba crímenes sin resolver, que pagaba pasta a asesinos a sueldo a cambio de un titular… A nadie le gustaba comentar en la barra del bar que se pedía el segundo gin-tonic tan seguido porque necesitaba quitarse el mal sabor de boca que produce contemplar las vísceras de una prostituta esparcidas sobre el gotelé de una pared…

Desagradable, ¿verdad?... Pues ahora, imaginaos mi situación: yo era el negro de un periodista de El Caso…


Tuve que esperar varios años, hasta que desapareció el periódico, para matarle y no ser el protagonista de la portada del día siguiente…

07 noviembre 2016

Yo lo he visto... (150)


Si no asisto, no asisto.

Pero, si asisto, ¿cómo hago para que mi asistencia sea “máxima asistencia”?...

¿Aprieto los puños y los músculos de la cara?...

¿Grito a los cuatros vientos que estoy allí?...

¿Me calzo los calzoncillos, valga la redundancia, por encima del pantalón y me declaro superhéroe?...

¿Acudo disfrazado de Ylenia?...


La Enésima Nueva Ley de Educación me está matando…

04 noviembre 2016

#BEERNES 10 - EL JARDÍN DE LAS DELICIAS


Mi cuñado presume de ser el propietario, junto a su chalet adosado, de un enorme jardín. Algunos que lo han visto lo definen como “un campo de fútbol-sala pequeño y muy descuidado”. Son sus presuntos amigos. Los vecinos, mucho más imparciales y objetivos, lo tachan abiertamente de “escombrera”, y afirman que, si buscas en Google “Síndrome de Diógenes” y pinchas en la opción “Imágenes”, lo primero que te sale es el exterior de la casa de mi cuñado.

Allí almacena recuerdos de familia: una silla de ruedas, ya sin ruedas, que perteneció a su abuela, quien dejó de caminar el día que entró en su casa el televisor; el horno en que se suicidó metiendo la cabeza su tío; la bicicleta que le hizo su padre con las ruedas de ya os imagináis dónde; un armario ropero en cuyo interior hay más vida animal que en todos los documentales juntos del National Geographic; una bañera repleta de ropa “que ya no usamos y que tenemos que llevar un día de estos a Cáritas” y cuyas tallas, por la pinta, bien podrían estar escritas en números romanos; una antena parabólica oxidada con la que su padre veía los partidos de fútbol en un canal de pago y cuando se cansó de ver perder a su equipo la utilizó para hacer paellas los domingos…
 
Sólo fui una vez a celebrar la Nochebuena a su casa. No hacía mal tiempo y tuvo la insensata ocurrencia de preparar la mesa en el jardín. Sin la iluminación de unos focos que, obviamente, llevaban años fundidos. Sólo con velas...

Os ahorraré los detalles: mientras mi cuñado, botella de cava en mano (él no entiende el concepto “copa” o “vaso”), gritaba “¡Feliz Navidad!”, yo iba preguntando a los presentes “¿Truco o Trato?”. No sé si me explico…